domingo, 22 de septiembre de 2013
Algún día tendría que llegar el fin. Desde que se abren las tinieblas, hasta que se recogen emergidas del tiempo las voces de los sueños eternos y desdichados, desde que alguna vez soñé con la eterna búsqueda de la simpleza y originalidad. Alguna vez también soñé con ser grande, y con irme de casa.
Cuando aventuré el sueño, busqué ser protegida por Dios, pude abstraerme de aquel sueño convirtiéndome en escéptica para entonces protegerme de cosas aún más simples, metas que llegan a ser la vida misma y sueños que llegan a ser una función teatral para encantar al resto. Entonces pude sonreír también, y contemplar el resto de etiquetas fragantes como una turba de emociones literales que dejarían de hacerme una fanática de la vida.
La vida pudo ser más superflua de lo que esperé, y tal vez pudo ser más ácida que un vaso de peróxido hacia la garganta, sin fin en el estómago. El sueño esperaba por ser más que una sensación infame, puesto que jugaba cartas entrelazadas entre las venas del tiempo y el destino de la cucaracha.
Ahora poco importa como acabe, incluso menos importa cómo la vida fue regalando pasos para terminar.
Avanzar, avanzar, importa más que terminar, terminar.
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